Recuerdo la primera vez que me dijeron que las estrellas que veía en el firmamento eran, en realidad, el pasado de dichas estrellas. «¿Cómo?, pero si las estoy viendo ahora. ¡Cómo van a ser el pasado!».
Entonces me lo explicaron; me dijeron que la enorme distancia que hay entre la tierra y las estrellas hace que lo que estemos viendo sea la luz que emitieron hace tiempo. Recuerdo la sensación de «no entender». Me hablaron de los «años-luz», pero eso tampoco ayudaba. Mis «años» se ceñían a la variable temporal, a los 365 días de rigor, y nada tenían que ver con la variable «distancia».
En ese momento me faltaban dos cosas: información para comprender y un marco de comprensión mayor. Por un lado, necesitaba conocer más cosas para entender la complejidad de lo que sucede en el espacio y, por otro lado, tenía que romper mi marco de comprensión limitado que impedía que yo vinculase ese fenómeno con la explicación científica que me estaban dando.
«Pensar es reducir la complejidad del mundo.»
Georg Senoner
Pensar, como dice el maestro Georg Senoner, es reducir la complejidad. Y para comprender hacemos distinciones, clasificamos la información y realizamos conexiones entre ideas. Esto nos permite seguir adelante y tomar decisiones. Sin embargo, la realidad es mucho mas compleja y rica que la simplificación que hemos hecho de la misma. Y esta última parte es la que creo no nos queda clara cuando no logramos comprender lo que esa complejidad esconde. Vamos, lo que me pasaba (y aún me pasa) con las estrellas.
¿Y para qué os cuento todo esto? Pues, como decía aquel, para «hablaros de mi libro», el diálogo desde el enfoque del disenso.
Nuestra percepción del diálogo descansa en un marco de comprensión limitado (esta, por supuesto, es la hipótesis que defiendo en la tesis con la que me he doctorado hace unos meses). Por un lado, nos han dicho que el diálogo es un instrumento, una herramienta que nos permite llegar a un fin.
Por otro, nos recuerdan que ese fin es el consenso. Este modo de comprender el diálogo es «un modo de entenderlo», pero la comprensión de este concepto va mucho más allá, y recoge más elementos, más detalles y muchos más matices que los que se ven a través de estas dos ideas.
La cuestión es que, comprender el diálogo así, tal y como lo he referido en el párrafo anterior, es reducir la complejidad hasta límites insospechados y, al hacerlo, la realidad de lo que acontece en la interacción entre dos o más personas se nos escapa entre los dedos. Si a esto sumamos nuestra tendencia a hacer que nuestras interacciones verbales sean instrumentales y se orienten a la consecución de un resultado de consenso (también limitado), el proceso del diálogo se ve mermado y empobrecido.
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Imagen de Bryan Goff