Ya estamos aquí, instalados en Estocolmo y dispuestos a hacer que estos meses sean una buena experiencia familiar. Hasta esta magnífica parte del mundo nos ha traído, a mi pareja, nuestra hija y a mi, una tesis doctoral con la que llevo bailando los últimos dos años. Un baile armonioso con el que yo he fluido yendo de aquí para allí, braceando entre los conceptos en los que quiero bucear y perdiéndome en ellos.
Pero ahora, si deseo avanzar en esta tarea, debo centrar el objetivo: ¿Qué quiero hacer en estos meses? Mi dedicación a jornada completa ¿qué resultados quiero que produzca? Cuando recojamos los bártulos y volemos de vuelta a casa ¿qué quiero llevarme?
Reconozco que procrastinar es un verbo que encaja muy bien con mi manera de hacer. Algo de esto confesaba ya hace unos años en un post. Pero, cuando de una tesis doctoral se trata, he de dejar esa procrastinación de lado para incorporar a mi rutina habilidades que den otros resultados; en este caso, el resultado de centrar el objetivo. Para ello cuento con una magnífica ayuda, la de mi directora de tesis que, bien asentada en su rol, identifica tres (si, digo bien, solo tres) ideas a las que me tengo que ceñir. «Llévalas siempre encima como si fuesen tu relicario», y se ríe. Ella me conoce.
Hasta ahora, en estos dos años, como decía antes, he ido acumulando información en torno a las áreas que estoy investigando: el díálogo, el cambio en las organizaciones y (esta ha llegado hace un año) el liderazgo humanista. Cada una de ellas es un mundo, así que os podéis imaginar cómo ha sido la búsqueda de documentación de una buena procrastinadora a lo largo de casi mil días. El gestor de contenidos (mi Zotero del alma) está que arde, saturado. Diógenes se reiría de mi: «Centrar el objetivo, ja ja ja ja». Reconozco que ha habido algo, un elemento externo, que ha sido clave para poder avanzar en esta tarea: el viaje.
Cuando viajamos, la palabra «esencial» pasa a ser importante en nuestra vida. «Vamos a llevar solo lo esencial», «¿pero eso realmente lo vas a usar?», «¿qué es lo que vamos a necesitar, lo básico; entonces el resto se puede comprar allí», «¿cuánto peso podemos llevar en la maleta?; si ese es el límite, entonces, lleva lo básico», «no caigas en la trampa, sabes que eso no lo vas a usar, sácalo de la maleta, ¡anda!».

Este ejercicio lo hemos estado practicando durante unas cuantas semanas antes de volar a tierras suecas. Ahí si que hemos sido previsores. Seleccionar pocas cosas y empaquetar lo necesario lleva tiempo. ¿Qué necesito? ¿Qué necesito saber para saber lo que voy a necesitar? (No estoy entrenando un trabalenguas, tranquilos; hablo de, por ejemplo, la climatología. En estos meses vamos a vivir tres estaciones y he llegado a revisar las medias de precipitaciones y temperaturas de las últimas décadas para incluir la ropa mínima necesaria). Al final, tras un buen proceso de recogida de información, selección y lecciones sobre cómo estibar correctamente todo, nos hemos encontrado con una maleta contenedora de lo esencial.
Esto mismo me ha pasado con la investigación. En casa tengo una nueva estantería (adquirida para la ocasión) con los libros que voy comprando sobre los temas que me apasionan. Como he dicho antes, Zotero (el gestor de contenidos), engorda en cada intro. Reconozco que preparar esta maleta virtual y bibliográfica me ha costado más que la otra. ¿Qué llevo? No, esta pregunta no me sirve. ¿Qué dejo? Esta me ha resultado más útil porque me ha llevado de vuelta a «el relicario»: ¿Para qué lo necesito? Tras unos momentos de… (iba a llamarlo sufrimiento pero me resulta un poco exagerado) de zozobra, metí en la maleta tres libros y algún apunte. Ahora, al escribirlo, hasta me parece demasiado; podría haber prescindido de ellos. ¿Por qué? Porque los destinos nos llenan. En las dos semanas que llevamos aquí lo he podido comprobar.
Los destinos nos llenan, toma solo lo esencial para tu viaje.
He tenido la inmensa suerte de poder contactar con dos personas que me han dado ya mucho (y las otras dos que han posibilitado estas conexiones, también). Cada conversación con ellas ha supuesto una especie de vuelo en espiral. Me explico: tratar de contar a alguien aquello sobre lo que estás investigando y hacerlo en inglés supone, al menos para mi, pensar bien lo que quiero decir y las palabras que debo escoger antes de hablar. Este proceso ha sido muy pero que muy enriquecedor a la hora de centrar el objetivo. Ahora sé, mejor que antes, explicar cuál es el tema de mi tesis. A veces pienso que dominar un idioma nos lleva a la trampa de la palabra: creemos que sabemos lo que decimos pero no nos hemos parado a pensar en lo que queremos transmitir. Damos por sentado que las palabras ya tienen el poder suficiente como para llevar a la otra persona al lugar al que se supone que debe ir. Bueno, esta es una sensación, no una verdad absoluta. Son las reflexiones que asoman fruto de mi rumiar.
Como decía, los destinos nos llenan. Y cada conversación, bien destilada, con cada una de estas personas, me traen nuevas cosas: referencias, proyectos, ideas que, en si mismas, me harían perderme otra vez. Llegados a esta punto, y sabiendo el riesgo que corro de no centrarme en el objetivo, tomo nota de todo ello y vuelvo al «relicario». ¿Qué es «esencial» para lo que tengo que avanzar? ¿Qué debo dejar?
Creerme, este camino que a algunas personas os puede resultar tremendamente sencillo, a mi me cuesta mucho hacerlo. El viaje, y la metáfora del mismo, me ayudan a saber qué es importante en cada momento. Y en el viaje de una tesis esto es vital.
Seguiré compartiendo sentires y aprendizajes.
Feliz domingo.