Lo mejor, lo peor, de lo que te sientes orgullosa

Foto propia

Hace un par de días una de las colegas doctorandas me preguntaba esto mientras tomábamos nuestro último fika. ¿Qué ha sido lo mejor, lo peor y de lo que te sientes más orgullosa de esta estancia en Estocolmo? Sonreí y pensé ¡vaya preguntita! Antes de contestar hice un repaso mental de lo que habían sido estos cuatro meses y medio, y el recorrido, debo reconocérselo, me encantó.

Me cuesta pensar en lo peor, siento que todo ha sido bueno. Tu caída en bici, me recuerda otra compañera, eso ha podido ser lo peor. Solté una carcajada. Ni siquiera eso había sido malo porque me dio unas buenas gafas para ver la otra realidad sueca, la realidad de una sociedad nórdica y de bienestar en la que la prisa y el individuo rozan el presente para construir un glorioso futuro mirando de reojo al pasado: también nuestra sociedad.

Tomé un sorbo de café y empecé a elaborar la respuesta en voz alta dando prioridad a aquello de lo que me siento orgullosa.

Me siento orgullosa de saber que el proyecto familiar ha funcionado.

Nos juntamos ya hace unos años dos adultos, mi pareja y yo, con pulsos vitales similares. Nuestra, en ocasiones, «necesidad» de salir fuera, de viajar, de desconectar de lo previsible y rutinario para explorar territorios diversos nos mantiene vivos. Ser personajes anónimos en una mesa repleta de idiomas, sentirnos como niños en un parque de atracciones fascinados por todo lo que sucede a nuestro alrededor, caminar por un suelo que nunca antes hemos pisado, es algo que nos maravilla. ¿Y si…? es la pregunta que nos conecta y nos arranca una sonrisa inmediata.

Pero esto, como decía, somos mi pareja y yo. ¿Y nuestra hija? Ella no nos ha elegido; tampoco ha escogido esta breve aventura. Para ella su mundo está en su escuela, sus amigas, sus amigos, sus viernes en la plaza del Gas de Bilbao; conocido, previsible, regular y fácil. Ella ha tenido que saltar llevada de la mano de dos adultos que gozan de un optimismo en ocasiones realmente molesto. Este es una de los reproches que nos hizo en un comienzo: «para vosotros es fácil, sois mayores, pero yo soy una niña y a mi me cuesta más. No lo entendéis». Hablaba del proceso de socialización, del hecho de tener que interactuar en otro idioma, de la adaptación a un mundo de costumbres y comidas extrañas en el que cada cara era una nueva cara en la que descifrar un código.

Me siento orgullosa de que hoy sea capaz de entender que este mundo puede ser su casa, de que personas extrañas puedan ser sus amigas, de que otras lenguas sean su tercer o cuarto idioma. ¿A dónde iré cuando haga Erasmus? Lanzó esta pregunta de manera espontánea durante una cena. Nos reímos mucho.

Hoy veo alegría en sus despedidas llenas de abrazos al más puro estilo sueco y un brillo en sus ojos al saber que vuelve a lo que ella considera su casa, a su Bilbao, a su gente. Me siento orgullosa de saber que esta apuesta ha sido buena para los tres y para cada uno.

Lo mejor: haber sentido de nuevo lo que experimenté la primera vez que marché, hace ya más de veinte años.

En aquella época desconocía cómo podía llegar a ser ese año en el extranjero. A diferencia de entonces, en esta ocasión yo ya imaginaba lo que podía llegar a vivir y lo esperaba; lo proyecté magnífico antes de que empezase. Sabía que los vértigos de un comienzo ceden ante la fantasía de sentirme tan desconocida como libre y, en cierta medida, saberme una persona nueva por construir ante los ojos de los demás y ante mis propios ojos. Nadie espera nada de mi, no me conocen; esto me permite ser lo que deseo en el tiempo que estoy fuera. El resultado me sorprende y yo me he vuelto a sorprender dos décadas después.

En casa soy la de siempre, para otros y para mi. Vivo ronroneando arrullada al calor de quienes me rodean. Pero cuando abro una nueva puerta, a tres mil kilómetros de mi hogar, algo sucede. Hace poco recibí un mensaje que decía: «Te guardamos un sitio nuevo y uno de siempre por aquí…» Touché. Algo nuevo nace (una y otra vez) cuando vivimos más allá de lo conocido. Y cuando volvemos, cuando vuelves, te encuentras con lo que eras y representabas; vuelves a vestir tu traje de faena. Te miran y ven que Maider ya está aquí. Y tú solo esperas que esta otra yo no se vaya pronto, que se quede un ratito más hasta que eso nuevo se convierta en la capa de piel que sientas debes mudar.

Lo peor: nunca haces todo lo que pensaste que ibas a hacer.

Tal vez lo peor de los propósitos sea darnos cuenta de que no hemos cumplido todo lo que prometimos hacer. Empecé con un excel estructurado por semanas para organizar mi avance en la tesis; luego llegó la vida y desbarató algunas celdas. ¡Qué bonita la sensación de tener todo el tiempo por delante! ¡Qué bonito saber que tienes tiempo para hacer lo que deseas hacer! Como decía, empecé en la universidad con un proceso organizado que poco a poco fue cobrando vida propia. Retomé el ejercicio estructurado cuando supe que quedaban pocas semanas para finalizar mi estancia. He logrado tachar muchos to do-doing-done de la lista, pero no todos.

En cualquier caso, debo agradecer a mi compañera la pregunta que me hizo. Me gustó pararme a pensar en lo que esta historia ha supuesto y está suponiendo para mi, para nosotros. Hoy nuestras maletas vuelven con más vida y nuevos proyectos.

¿Y si…?

😉

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