Este es el post que escribía hace una semana para la Asociación (DHO):
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Foto de Agustin Illera |
¿Es la persona un producto de muchos factores ambientales condicionantes? ¿Es la persona el producto accidental de dichos factores o frente a ellos tiene posibilidad de elección?
Esta es la pregunta que se formula Viktor E. Frankl (psiquiatra prisionero de un campo de concentración) en el libro “El hombre en busca de sentido”.
Pensar que alguien, en un campo de concentración, goza de libertad, es una locura. Pero así lo afirma el autor en el análisis que hace de su experiencia.
“El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física”.
“Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas – la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias – para decidir su propio campo”.
Viktor Frankl afirma que, a pesar de las circunstancias, la persona siempre tiene la posibilidad de decidir si renuncia o no a su libertad y dignidad, a su libertad espiritual. Y añade que dicha renuncia es la que convierte a la persona en una verdadera prisionera.
Cuando el autor habla de libertad espiritual, habla, no ya de libertad de movimiento – nos imaginamos la realidad de un campo de concentración y nos cuesta pensar en libertad física – sino de aquella libertad que permite mantener un sentido y un propósito en la vida; la que posibilita a la persona una elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias; la que da sentido al propio sufrimiento en sí.
Y es este propósito, esta máxima, la que da sentido al día a día, la que ayuda a redirigir el camino y a sobrellevar las circunstancias y esos factores ambientales que tanto pueden llegar a condicionar, a limitar en extremo.
Precisamente, leyendo esas líneas, pensaba yo en las organizaciones. Por supuesto que no podemos comparar éstas con campos de concentración, pero en ocasiones, si que existe una importante merma de libertad de las personas que en ellas se desenvuelven diariamente.
Las organizaciones pueden convertirse en estructuras limitantes que ahogan las libertades de las personas que trabajan en ellas.
¿Qué y cómo hacer para que las personas desarrollen su libertad, su propósito en organizaciones que lo estrangulan?
Quiero pensar que sólo desde la libertad de la persona ésta consigue crecer. Quiero pensar que sólo alimentando la libertad de las personas, lograremos construir organizaciones que aprenden.
Sabemos que las organizaciones de futuro, serán (dicen los autores) las que impulsen y trabajen la autonomía y la libertad de las personas. Pero, como decía, existen organizaciones en las que dicha libertad no se da.
Además, debemos tener en cuenta también que “los humanos en los sistemas son (…) en general adaptativos y proactivos”. Es decir, que podemos trabajar también nuestra libertad espiritual. “(…) pero solo los humanos que están en los puestos operacionales pueden ser o no capaces de reconocer el impacto potencial que los cambios – en esta caso los cambios de actitud por mantener dicha libertad – pueden tener en el sistema (…)”*
Pero si los sistemas no son capaces de reconocer y dar lugar a ese nuevo movimiento, ¿existirá cambio?
¿Lograrían cambiar las organizaciones más rígidas si las personas que están dentro trabajan por encontrar esa libertad, ese propósito vital?.
¿Trabajando desde la libertad podríamos generar organizaciones distintas?
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* cita de Yushi Fujita “La naturaleza de los cambios en los sistemas” recogida en la página 59 del libro “Ingeniería de la resiliencia” Ed. Modus Laborandi