Lo que acontece entre las personas es mucho más que lo que se conversa. Si pensamos que el diálogo es, básicamente, palabra (y actitud ante la palabra), perdemos lo que realmente lo caracteriza: aquello que sucede entre (las personas).
Ese espacio, y lo que ahí acontece, es invisible, silencioso, no responde a la lógica del significado, sino del sentido; responde al pulso del lenguaje (proceso vivo sólo existente en la actividad práctica que realizan los hablantes, según Bajtin)
La palabra es como la mano en su intento por recoger el agua que emana de la fuente. Nos ayuda a tomar lo que entra en nuestro saber (lo ya conocido) y beberlo. Pero ¿podemos pretender aprehenderlo todo en este gesto?, ¿comprenderlo todo?, ¿ver y descifrar lo que sucede en el espacio entre?
Parte del agua se filtra entre los dedos; otra, desborda. La que queda en la palma de la mano no es toda la que hay, pero es la que nos quita la sed.
Nota: la palabra nos ayuda a comprender lo que sucede en el contexto y dentro de nosotros. Pero corremos el riesgo de creer que, en el uso de (y a través de) la palabra, controlamos lo que (nos) sucede en las organizaciones.
Podemos incluso pensar que las narrativas creadas nos aseguran una buena comprensión colectiva, pero mucho de lo que acontece en los sistemas organizacionales sucede entre, en los espacios relacionales; espacios que nos «hablan» mucho y nos dicen cosas muy interesantes.
Recuerda, cuando entres en un diálogo ¡no te quedes en la zona de confort de las palabras! ¡Indaga un poco más!