El pensamiento complejo

Termino este año con una sensación de «no avance». Esta idea viene reforzada por mi manera de pensar y de hacer, por ese «eterno retorno» que expresaba en el post «Diario de una investigación: el eterno retorno«; soy desordenada, hago muchas cosas a la vez, abro muchos procesos que no cierro de manera inmediata, leo muchos textos a la vez,…
Pero cuando echo la vista atrás y observo el punto en el que me encontraba hace exactamente un año veo que sí he avanzado. Entiendo entonces que los avances en la vida nunca son lineales; probablemente obedecen más a un proceso de «pensamiento complejo» del que habla Edgar Morin.  Es más, me atrevería a decir que la linealidad es indicador de no-avance, de no-cambio; pero ésta es sólo una idea microdispersa más (de las mías).
La sensación de retroceso quizá sea una muestra de esta complejidad y lo que está sucediendo en realidad es que estamos inmersas (las personas) en un avance curvo, en el que vivimos la ilusión del salto atrás pero en el que nunca volvemos al punto anterior sino que ya hemos avanzado en el giro de esa espiral hacia adelante.
Siguiendo con la complejidad, varias conversaciones, también dispersas, me han llevado a ver esta realidad en las organizaciones y en las personas. Vemos que si queremos cambiar, si queremos adaptarnos a estos tiempos líquidos, inciertos, flexibles, ambiguos, tenemos que ser complejos y entender/entendernos en esta complejidad.
En este sentido, percibo que en el mundo organizacional estamos lejos de esta premisa; lejos también de reconocer lo complejo de lo humano, lo complejo de lo emocional.
Lucho por creer que hemos superado el pensamiento de Chris Argyris en su idea de que las organizaciones no son esos lugares en los que se permite el desarrollo de las personas. Aunque esta lucha interna es titánica y no siempre consigo salir del «lado oscuro».
Sabemos que los lugares de trabajo son terriblemente humanos (¡cómo no!). Así se constata en esta afirmación de Anne Marie McEwan cuando califica con los contextos laborales como, entre otras cosas, «sociales, sensuales, emocionales…»:
 
«Work context are highly dynamic, flowing, social, sensual, emotional and experiential». 
Pero no sé hasta qué punto, las organizaciones y las personas somos capaces de ver ésta realidad y de fluir en ella.
No sé hasta qué punto somos capaces de desarrollar organizaciones en las que las personas «puedan explorar, descubrir y motivarse con aquello que les mueve de verdad«; cita literal extraída de la entrevista realizada a Elsa Punset y publicada en el número 21 de la revista Dirigir Personas de Aedipe.
No sé hasta qué punto seremos capaces de desarrollar organizaciones en las que las personas puedan «comprender» «comprender-se» para luego poder transformar y gestionar, tal y como se destila de la lectura del libro de Javier Ruiz «La nueva facilitación participativa».
Bueno, que me disperso…
Entre estas letras salpicadas, quiero lanzar un mensaje claro: este año ha sido un bonito año, complejo pero bonito.
He podido explorar más de cerca el microcosmos organizacional en los procesos de acompañamiento en lo que he estado, he viajado y he podido rastrear las historias de los lugares, vivir de otra manera el tiempo, conocer nuevas personas y reconocer viejas personas en nuevos contextos,…
He logrado aprender, de mí y de otros, otras; con ellos y ellas.
Así, desde este rincón embrollado, voy cerrando este post, prometiéndome a mí misma mantener algunas buenas cosas para los próximos trescientos y pico días que tengo por delante:
  • Seguir viajando.
  • Seguir conectándome a personas magníficas (no me cabe el listado completo)
  • Seguir creando espacios de libertad en los que crezca, escuchando y conversando, y en los que también haga crecer.
  • Seguir avanzando desde la complejidad.
En definitiva, seguir siendo yo.

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