Respirar es algo que hacemos de manera automática y sobre lo que no solemos pensar, a menos que intentemos mejorar nuestro rendimiento deportivo o que nos veamos, por ejemplo, en medio de un ataque de ansiedad. Estas son dos situaciones que sirven de ejemplo y que me han llevado a aprender a respirar y conocer cómo hacerlo de manera consciente. Y confieso que ha sido y sigue siendo todo un descubrimiento en mi vida. Lo interesante de la idea que quiero transmitir hoy es que yo respiro aunque nadie me enseñe a hacerlo, es más, ni me entero de que lo hago. Pero si, fruto de la casualidad o de las circunstancias, necesito mejorar el proceso de respiración y me enseñan y acompañan a respirar mejor, el beneficio enseguida lo percibo.

La metáfora de la respiración es la que utilizo cuando alguien me pregunta para qué sirve trabajar sobre el diálogo, «si ya sabemos dialogar». Claro que sí, sabemos mantener conversaciones, hablamos, somos capaces de relacionarnos y, en general, de hacerlo bien. «¿Entonces, para qué necesito yo aprender sobre el diálogo?» La pregunta me resulta lógica y responderla me ha llevado a muchos diálogos muy interesantes.
Al igual que con la respiración, si yo no padezco las consecuencias de una práctica respiratoria mejorable, si nadie me cuenta cómo, por ejemplo, puedo cansarme menos en una carrera respirando de otro modo, viviré pensando que no necesito aprender a respirar. Eso sí, también viviré sin la posibilidad de sentir los beneficios de una buena respiración y, en el mejor de los casos, el azar me acercará a experiencias buenas por haber respirado bien sin ser consciente de lo que estoy haciendo ni de cómo lo estoy haciendo.
A lo largo de la vida vivimos situaciones diversas en los grupos, en las relaciones, en los equipos, en el trabajo. Lo que allí sucede nos puede sorprender, grata o ingratamente. Si nos genera un problema o nos regala un conflicto, actuamos, ponemos medidas para evitarlo o hacerlo mejor en un futuro. Vivimos y sentimos los resultados de las interacciones sin saber qué se activa por debajo de ellas.
Nadie nos explica, por ejemplo, que estamos «enculturados», como dice E. Schein; que cuando entramos en un empresa nueva replicamos en poco tiempo dinámicas del propio sistema porque se activa un deseo de pertenecer a él y ajustamos así nuestra manera de relacionarnos al contexto en el que estamos viviendo. Tampoco nos cuentan que cuando pensamos lo que vamos a decir no decimos lo que hemos pensado, sino que adaptamos muchas ideas a la vez y verbalizamos lo que podemos en función de todas ellas.
Con el paso del tiempo podemos descubrir, siguiendo con los ejemplos, que la expectativa que creemos que alguien tiene sobre nosotros (independientemente de lo que esa misma persona piense realmente) hace que actuemos de una manera determinada. En ocasiones nos podemos sorprender «siendo leales» a formas de comunicar que tenemos interiorizadas desde hace años pero que se muestran poco efectivas cuando cambiamos de ambiente o equipo. Nos han metido en la cabeza que dialogar es ponernos de acuerdo en algo y «pensar lo mismo»; nadie nos ha explicado que eso es imposible porque en esencia somos únicos y distintos.
Estas y otras muchas cosas más son detalles que impregnan nuestras interacciones. No nos enseñan cómo nos convertimos en personas y qué nos hace ser personas. No nos formamos para entender los mecanismos que se activan cuando trabajamos en equipo y qué claves pueden hacer que lo que une un equipo pueda llegar a hundirlo. Simplemente interactuamos, nos limitamos a respirar. Y la cuestión importante aquí es que esa falta de conocimiento genera malestar que podría contrarrestarse.
Podemos aumentar la conciencia sobre cómo hacemos cuando nos relacionamos, cómo somos cuando entramos en diálogo. Este es un buen primer paso. Podemos ser más conscientes de lo que sucede con lo que nos sucede en las interacciones y este conocimiento permitiría abrir la puerta a hacer algo distinto el día que lo necesitemos. Creo firmemente que deberíamos invertir más tiempo en conocer el diálogo y todo lo que a través de él se activa. Esto nos llevaría, por ejemplo, a poner más en el decir, y no poner tanto en el pretender decirlo todo.
Dialogar es algo que hacemos de manera automática y sobre lo que no solemos pensar. Mi trabajo con el diálogo consiste en hacer que las personas activen una mirada consciente sobre lo que se despliega cuando el propio concepto de diálogo entra en juego. Hoy, como comienzo, te animo a observar cómo eres en los diálogos; te invito a pensar qué esperas que suceda cuando pides a alguien «diálogo». Me gustaría que, como a tu respiración, prestases un poco más de atención a eso que (te) pasa antes de verte en medio de un «ataque de ansiedad» ;).
Enhora buena Maider.
Cuando nos organizamos en el diálogo podemos dialogar con las personas, clientes, «pacientes», ciudadanas a las que apoyamos y damos servicios.
Toma de conciencia del diálogo, del proceso de enculturación ….como de la respiración… me ha encantado. Eskerrik asko ¡¡. Jorge
Gracias, Jorge. ¡Me hace mucha ilusión verte por aquí!
Como todo lo que escribes, me ha encantado, me ha hecho reflexionar y también analizar cómo dialogo y sobre todo cómo actúo y cambio según la persona.
Enhorabuena amiga!
Ari, ¡qué bueno esto que cuentas! Y qué importante ser consciente de todas estas cosas que nos suceden. Gracias por compartirlo en este espacio.
¡¡Enhorabuena amiga!!
Como siempre, abres pensamiento. Me ha fascinado la pregunta de «qué esperas del diálogo» y claro, ya sabes cómo funciono, si hay un enlace, tengo que leerlo…. Gracias por el viaje 😉
Seguro que nos enganchamos a muchos “viajes” más. ¡Gracias a ti por ser como eres, curiosidad y creatividad a raudales!
Se está muy a gusto en tu espacio web.
Al coger aire para respirar me llega una agradable brisa con aroma de tisana…
¡Graciñas por compartir el viaje!
Un beso.
Gracias a ti, David, por entrar. Qué bonita sensación la que describes.
Me ha encantado Maider! Para mi a respiración también es una fuente de inspiración, y exhalación si me permites el chiste ;). Bromas aparte, gracias por compartirlo.
Luis, ¡qué grata sorpresa verte por aquí! Un honor poder inspirarte 😉