Son muchas las disciplinas que han utilizado el concepto de «diálogo» para resaltar de él algún matiz especial; la filosofía, las ciencias de la comunicación, la sociología, la psicología,… Desde cada una de ellas se enfoca en detalles particulares para desarrollar, a partir de ahí, un mosaico de características que construyen el diálogo.

La cuestión importante aquí es conocer qué queremos nosotras, nosotros que suceda cuando pedimos «diálogo», qué puerta queremos que se abra. Esta es la reflexión de partida que planteo en las formaciones sobre diálogo.
Escribía ya hace un tiempo que con el diálogo suele pasar como con Santa Bárbara: «nos acordamos de ella cuando truena». Nuestra asociación más común al mencionar «diálogo» suele ser con una situación de alta tensión. Tenemos ejemplos en la vida cotidiana que nos llevan a esta conexión: recordemos, por ejemplo, los titulares que hace aproximadamente un año podíamos leer en los que, tanto Rajoy como Puigdemont, apelaban al diálogo.
Ambos utilizaban la misma palabra pero ¿qué estaban esperando que sucediese? ¿Qué deseaban de la otra persona? ¿Querían los dos lo mismo? Y, a su vez, ¿qué podía pensar, el lector o lectora, del diálogo en ese contexto? ¿Cabían distintas interpretaciones? Sin duda.
Este ejemplo nos muestra la propia diversidad que esconde el concepto y lo que, quienes lo reclaman, pueden esperar de la otra parte.
Otro ejemplo que me viene a la cabeza es el del «diálogo social», referido a las relaciones de negociación entre el Estado y los sindicatos. El «diálogo social» nace de la necesidad de incluir a los sindicatos en cuestiones que concernían a las/los trabajadores. En un comienzo, era sólo el Estado o los patronos quienes decidían sobre cómo tenían que ser las relaciones laborales. Con el «diálogo social» lo que se hizo fue «incluir» a los actores principales, o sus representantes, en el proceso de reflexión y decisión. En este caso, el concepto de «diálogo» tenía el foco puesto en integrar a un agente en el proceso de negociación en el que hasta entonces no había estado. Hoy sería impensable ver una negociación colectiva en donde los representantes de los trabajadores/as no estuviesen presentes. El diálogo social logró su objetivo. Ahora, viendo las posibilidades que nos ofrece el concepto, también podríamos avanzar en el «diálogo social» para añadir otros matices como los que se enumeran en los siguientes párrafos.

Y es que esto de apelar al «diálogo» esconde muchas y diversos intereses y deseos; distintas demandas de comportamientos deseados.
Así, cuando alguna persona o grupo pide que haya «diálogo» puede estar poniendo el acento en cuestiones como:
- el proceso: en este sentido, el concepto hace alusión al tiempo que dura el proceso y debe extenderse durante un largo período, no de forma continua, sino en episodios separados.
- el debate: es una actividad grupal que suele involucrar a dos grupos y que es recíproca.
- las presunciones: aquí el concepto nos muestra que las personas que participan en el diálogo son conscientes de sus diferencias (no se entiende aquí el diálogo cuando las personas piensan lo mismo o muy similar). En este sentido, se parte de un tema importante para las partes, emocionalmente cargado, ambas partes sienten algo cuando piensan en el tema.
- la motivación: muestra por qué los participantes participan en un «diálogo» y lo que quieren lograr a través de él. Esto incluye cuatro aspectos:
- querer que el otro grupo sepa cómo uno piensa sobre el tema,
- querer saber cómo piensa el otro grupo,
- estar dispuesto a escuchar al otro grupo y
- estar dispuesto a considerar y tratar de entender la forma de pensar del otro grupo.
Por lo tanto, no se trata de un mero «intercambio de ideas». Los dos grupos que participan en un diálogo quieren escuchar a la otra parte y entender su forma de pensar. No se trata sólo de saber qué piensa el otro grupo, sino de entender cómo piensan, y de ser comprendidos de la misma manera.
- la actitud hacia el tema en cuestión: los participantes en un «diálogo» no tienen por objeto resolver todas las diferencias entre las partes y lograr una forma de pensar común.
- la actitud hacia los interlocutores: actitud de respecto y buena voluntad.
- el modus operandi: se refiere a lo que los participantes en el «diálogo» se abstienen de decir algo negativo: uno no ataca o incluso critica a sus compañeros (a menos que uno quiera matar el diálogo).
- la evaluación y resultados previstos: el proceso de «diálogo» se considera valioso y productivo en sí mismo, se espera que los dos grupos descubran que en algunas cosas, al menos, pueden pensar lo mismo y, como resultado, su forma de pensar sobre algunos puntos puede cambiar.
Anna Wierzbicka hace un interesante análisis de cómo el concepto de diálogo puede estar haciendo referencia, cuando se evoca, a distintas realidades que hacen más complejo aún el entendimiento de las partes. Volviendo al ejemplo anterior de los políticos, al escucharles pedir «diálogo» yo pensaba: «¿cómo van a dialogar si ni siquiera muestran una actitud de respeto hacia el otro?». Mi foco estaba puesto en «la actitud hacia el interlocutor»; su foco estaba en otro lugar.
En ocasiones, en las organizaciones se trabaja el diálogo con distintas intenciones (puede que inconscientes) entre quienes participan en él. Es importante saber qué esperamos que suceda cuando estamos en el diálogo:
- ¿Queremos activar un proceso que se mantenga en el tiempo?
- ¿Queremos abrir un debate?
- ¿Queremos trabajar un tema sobre el que vemos que hay opiniones distintas?
- ¿Queremos entender en profundidad lo que esa diversidad esconde?
- ¿Queremos mostrar que es posible seguir trabajando conjuntamente a pesar de las diferencias ante un tema?
- ¿Queremos trabajar la actitud de respeto hacia las personas?
- ¿Queremos poner en marcha conversaciones «no violentas»?
- ¿Queremos activar un proceso que en sí mismo consideramos que va a ser valioso por el hecho de convocar a la gente al mismo?
La palabra «diálogo» se valora positivamente pero no con uniformidad, según Wierzbicka (2006). Una de las características que se destacan del diálogo es su capacidad para construir sentido: sense-making. En la medida en que se comparte la intención común de construir (co-construir), el proceso de creación de sentido «tendrá más sentido» para sus participantes; pero para que eso suceda, debemos saber qué esperamos del mismo.
Precisamente este es el punto en el que me detengo para cerrar el post: cuando un grupo, una organización o una persona apela al ‘diálogo’ debemos, acto seguido, parados a construir el sentido de esa palabra y lo que queremos que suceda al convocarla. Esta llave abrirá puertas que, de otro modo, podrían cerrarse.
Referencias bibliográficas:
Wierzbicka, Anna (2006). «The concept of «dialogue» in cross-linguistic and cross-cultural perspective». Discourse Studies. Vol 8, Issue 5, pp. 675 – 703. https://doi.org/10.1177/1461445606067334